martes, 27 de marzo de 2018

El cajón

Todas las casas están llenas de cajones. Los hogares también. Tenemos cajones para  -casi-  todo. Somos de guardar, qué se le va a hacer. Solemos acumular muchas cosas. Demasiadas prescindibles, que ni falta nos hacen. Innecesarias. Otras en cambio, imprescindibles. Necesarias. Las personas también tenemos nuestros cajones. Dos, como mínimo. 

Hay cosas que todos creemos que es mejor callar. Sencillamente no decir. Omitir. Tragárnoslas. Dejarlas ahí, sólo para nosotros. Guardárnoslas en lo más profundo de nuestro ser. En nuestra alma. Son las cosas que sentimos. Aunque no las digamos.

Igual que todos tenemos el cajón donde aprisionamos todas las cosas que “ya sacaremos, ya haremos, diremos o decidiremos”, también tenemos el cajón bajo llave que “es nuestro”, donde tenemos cosas que no decimos. Que no queremos decir. Por vergüenza. Por timidez. Por locura. Por cordura. Por realidad. Pero que pensamos. Y sentimos. Y aunque sabemos que son cosas muy íntimas, muy profundas nuestras y todas ellas tienen su significado, las que más, también son las que callamos. Nos reprimimos. 



El otro día escuché una canción que hacía mucho tiempo no escuchaba. Una canción que a su vez, me encanta. Pero al escucharla.. Al escucharla hoy.. Como siempre me han venido a la cabeza momentos, instantes fugaces. Imágenes. Recuerdos. Si es que puede llamarse así. Es una canción alegre, muy alegre. Pero también muy sincera. Llena de verdad. Su letra es muy reveladora. Un agolpe de verdades. Y realidades. Es una rumba. Mi rumba. De ésas que siempre estaría bailando al son de la animada melodía llena de vida, con mis pies desnudos siguiendo el ritmo y la arena acariciando mi piel. Ésa y otra de sus canciones que también me gusta especialmente. Es un cantante que me gusta mucho. Transmite muy buen rollo a pesar de que sus letras son muy sinceras y directas. Tiene mucho flow. Te empapa de energía. Buena onda. Te fluye. 

Y de éste modo, -y ya que estamos diciendo verdades, desdudando y desnudando-, como muchas otras veces, al escuchar, oler, ver o leer loquequieraquesea, invadenacuden a mi mente involuntariamente escenas, inocentes y encantadoras escenas, momentos, lugares  -tan peculiares-, y es como si estuviese ahí. Dulce sería el sabor. Aunque a decir verdad hay algo que ésta vez ha sido diferente a todas las anteriores. Muy diferente. Con una sensación extraña. Las imágenes que pasaban por mi mente de forma involuntaria, estaban como decirlo, “descoloridas”, no borradas del tiempo, y mucho menos de haberse desgastado. Si no como con el color en tono bajo, apagado. Siempre habían estado brillantes, impolutas. Las imágenes eran como verse ahí de nuevo, al momento. Eran reales. Y en ésta ocasión tan faltas de color, de vida, parecían como distorsionadas. Como difuminadas. Borrosas.

Las involuntarias sensaciones, ésas sí eran las mismas. El rubor de mis mejillas. La sonrisa en mi cara. El cosquilleo. Las ganas. Los ojos en blanco. Las incógnitas. La complicidad. Las  miradas cómplices. Las mordidas de labio a escondidas. Las dudas de ysi que siempre me negaba incluso sin formulármelas. La felicidad. Así. Sin nada y con todo. Fluyendo. Aunque con cohibición, sin acabar de dejarse llevar, fluyendo. Por las nubes. Con el cielo.

Son cosas que nos callamos. Las omitimos. En ocasiones  -en muchas. Demasiadas.-, no las querríamos ni pensar, las querríamos sacar de nuestra mente chasqueando los dedos, sacudiendo la cabeza como si de ése modo fuesen a salir de ahí. Son nuestras cosas. Más profundas. Más íntimas. Son nuestros sentimientos. Somos nosotros.
Todo eso que nos pasa por la mente, de manera inconsciente, con asiduidad, es lo que somos. Dice mucho de nosotros. Y nos dice mucho más todavía. Nos habla. El subconsciente siempre habla. Se comunica. Y de la única manera que puede hacerlo es con imágenes. Escenas. De momentos. De situaciones. Con los sueños. 

Y aunque hay ocasiones  -muy pocas, contadas-, en las que nos atrevemos y confesamos algunas de ésas cosas del cajón bajo llave que sólo podemos abrir nosotros y que normalmente no decidimos las que guardamos, es lo bonito que tiene el subconsciente, como nuestros “tesoros”, suelen estar así, bajo llave. Escondidos. Como si fuese algo malo. Nada más alejado de la realidad. Nuestros pensamientos habrían de ser más escuchados. Por nosotros mismos los primeros. Que cuando de algo nuevo se trata, y desconocemos el terreno, mirar hacia otro lado y hacer oídos sordos es lo fácil. Y no escucharse. No quererse escuchar. Un@ se puede hacer el sordo. Pero, entonces, jamás escuchará la verdad. Nunca  -se-  la sabrá. 

Qué cosas tiene la vida.. Paradojas. Con lo bien que he llevado siempre hacer oídos  -y ojos-  sordos..

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